Estamos en vísperas de Navidad. Sí, es 24 de diciembre y
estoy aquí a las dos de la mañana discurriendo sobre la vida, sobre mi propia
vida. He de decir que me encuentro en un punto de inflexión en mi vida, en una
encrucijada que temo que no tiene una solución sencilla y de la que es muy
probable que me arrepienta. Mi problema guarda (como imaginaréis) una
estrechísima relación con un chico, en concreto, con mi actual novio.
Os pongo en situación: a día de hoy yo, una chica de apenas
19 años, estoy saliendo con un hombre 16 años mayor (tiene 35 años).
¿Sorprendente? No me extraña. Yo soy la primera sorprendida y es que hasta hace
unos meses pensaba que las relaciones entre personas con edades tan dispares estaban
abocadas al fracaso, y aún continúo pensándolo.
Sin embargo, el “amor” (por llamarlo de alguna forma) hizo que me
tragara mis propias palabras y que así saborease la amargura de este tipo de
relaciones sentimentales. ¡Vaya faena!
En fin, este chico entró en mi vida pisoteando todos los
prejuicios que había tenido hasta la fecha sobre esta clase de relaciones que
venía explicando. De este modo, comenzó nuestra historia que hasta hoy, día 24,
sigue activa. Debo admitir que su compañía es agradable y que es bastante
detallista (demasiado para mi gusto), pero que también estas cualidades junto a
otras cuantas son un arma de doble filo. Me explico. Si bien
es cierto que yo, como toda adolescente ilusionada, adoro los pequeños detalles
y que me presten atención, también es cierto que todo ello en exceso produce
habitualmente una sensación de angustia en la persona que lo padece. Sobre
todo, si partimos de la base que dicha persona es bastante independiente y
solitaria. Yo me describo como tal y por ello ciertos comportamientos de mi
actual novio me parecen demasiado excesivos y me siento internamente
presionada porque mi espacio de libertad
se ve cada vez más estrechado. No me refiero a que no pueda hacer lo que me
apetezca, sino que todo lo que hago lo hago pensando en él y, de ese modo, no disfruto al máximo del
momento.
Realmente es duro. Es sofocante. Hay momentos en los que
deseo tirar la toalla y deshacerme de este peso que cargo en los hombros porque
verdaderamente no compenso los costes de esta relación con los beneficios que
obtengo de la misma. Y, sin embargo, sigo aquí. Aguantando el tipo y
aparentando que todo está bien. Que todo sigue igual y que nada ha cambiado
cuando efectivamente ha nacido algo nuevo en mi interior: la duda. La confusión
de saber si continuar o no. Algo mucho peor que decidir romper los lazos que
nos unen. La duda. Esa sensación de que te encuentras en el limbo entre la vida
y la muerte, pero ni en una ni en otra. Es escalofriante este sentimiento que
me corroe y que siembra en mí nuevas incertidumbres cada día haciendo mucho más
difícil tomar una decisión que saque esta espina que me molesta. Es
desesperanzador.
Y lo más doloroso es tener que enfrentar a esa persona en
cada encuentro. Esbozar una sonrisa privada de felicidad y enferma de
hipocresía para no causar daño, pero ,en definitiva, siendo egoísta una misma.
Porque nos pese los que nos pese todo lo que hacemos es para aliviar nuestro
sentimiento de culpa y con motivo de ello engañamos a la persona a la que
queremos para no dañarla consciente y directamente. Aunque me temo que este
dolor es infinitamente inferior al que causamos cuando tratamos de proteger a
alguien de salir herido. Sí, compañeros, lo mejor es tirar la granada en el
campo de batalla que guardarla para uno mismo pues cuando estalle será
demasiado tarde para sanar tanto las heridas de uno mismo como las de la
persona a la que queremos librar de ese dolor.
Y me duele y me hierve la sangre de pensar que estoy siendo
una cobarde. ¿Por qué? No tengo excusa que valga. Al menos, no un pretexto que
no tenga un trasfondo egoísta. Para mí lo importante es evitar causarle daño a él
porque no se ha comportado mal conmigo porque no tiene la culpa de que yo
desconfíe de esta relación y de su futuro. Tampoco voy a negar que la
diferencia de edad no nos está pasando factura. Porque es más que una realidad.
Nuestros pensamientos sobre la vida en pareja son tan dispares que la
divergencia de opiniones se está convirtiendo en un motivo sólido para acabar
con todo. Admito solemnemente que tolero
su opinión pero ni la comparto ni la respeto.
Él piensa que la vida en pareja se basa en pilares como la PLENA
confianza, la complicidad o la tarea de compartir cada pensamiento entre el uno
y el otro, entre otros. Perdona si discrepo. Mi punto de vista sobre la vida en
pareja es algo diferente porque mi actitud y mi personalidad claramente no son
las mismas que él aunque parezca en un primer momento que somos dos personas
muy similares. Yo me declaro solitaria e independiente y, a día de hoy, creo
que él también. Ha estado viviendo solo durante tres años sin ningún tipo de
relación y me ha asegurado que no ha echado a nadie en falta, por lo que asumiré
que la soledad no le supone ningún problema. Entonces, ¿por qué tantos mensajes
recibidos? ¿Por qué a la mínima de cambio se ofusca si no respondo en horas o
si cambio mi rutina de respuestas? ¿Por qué se vuelve tan cargante cuando le
confieso que no puedo ir a su casa algún fin de semana y me echa en cara que no
quiero verle y que, por consiguiente, debería “dejarle”?
Y sólo esto es la punta del iceberg porque la ofensa es
mayor cuando señala los defectos que no le gustan de mí arguyendo razones
carentes de todo sentido, por decirlo de alguna forma es como un arrebato o
impulso suyo o, al menos, es lo que a mi entender parece. No imagináis que quebraderos de cabeza me
traen estas disputas infantiles y sin
fundamento alguno que lo único que provocan es que nuestros sentimientos se
alejen y que nuestra relación se sitúe en la cuerda floja.
Me gustaría tanto formularte la siguiente pregunta: ¿nunca
tuviste dudas ni temiste que está relación estaba a punto de pegar un salto al
precipicio? A lo mejor le doy demasiadas vueltas a los problemas y sin querer
me topo con todas estas dudas que hoy quiero plasmar en el papel. Sin embargo,
siento que si esto ocurres es porque, tal vez, ha llegado el momento de pasar
página o de cerrar el capítulo de esta historia para comenzar una nueva. ¿Tú
qué opinas? Me encantaría invadir tu mente a fin de conocerte mejor, de saber
cómo piensas y cómo desenredas los nudos de las inquietudes que te atormentan
(si es que hay algo que te preocupa).
A fin de cuentas, lo único que deseo es encontrar una
solución que acabe con este dolor que siento y que te proteja a ti de sufrir en
la misma proporción que yo ahora estoy soportando. Nunca fue fácil romper lazos
con nadie, pero tampoco lo fue continuar en un mar embravecido y sin un puerto
al que aferrarse. Y ahora confieso que duele demasiado, que no siento la
plenitud que en los inicios pude sentir y que no es pecado de ninguno. La vela
se fue consumiendo poco a poco y, lo que pudo durar toda una vida, ve su fin
mucho más próximo en el tiempo. Espero que llegado el día trates de comprender
y asimilar que lo nuestro no fue fácil y que la historia que vivimos fue bella
y brilló por sí sola con tal esplendor que la recordaré y la atesoraré como un
recuerdo nítido y alegre.
Es probable que nunca leas estos pensamientos que me
carcomen porque si decido poner punto y final a lo nuestro no quiero que sufras
el martirio que ahora mismo yo sufro.
Este es el regalo más grande que puedo darte.
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